Equilibrios

"La vida es como montar en bicicleta,
si quieres mantener el equilibrio,
tienes que seguir avanzando".
Marco nació bajo la carpa del circo. Llegó al mundo mientras su padre retaba a la gravedad y un león rugía desde su jaula. Todos festejaron orgullosos su llegada. Era la quinta generación de equilibristas que veía crecer el Circo del Alma. Así que como no le quedó otra desde pequeño, aprendió el oficio de su familia: la cuerda floja. Él hubiera preferido ser trapecista y así, poder tener entre sus brazos aunque tan solo fuera durante un breve ejercicio, a Linda, pero sus deseos nunca se vieron satisfechos. A él le tocaba caminar solo sobre el alambre. 
Era un espectáculo que helaba la sangre del espectador.

Marco rehusó las sujeciones fantasma, como había hecho su abuelo, y asumía, con el coraje de quien se rinde a su destino, que cada vez que subía la escalinata, podía ser la última vez. Mientras ascendía tenía la mente en blanco. Al llegar arriba y ver cómo el foco central lo iluminaba, respiraba hondo, y se dejaba envolver por el silencio abrumador que envolvía la carpa.

-¿No tienes miedo? -le preguntaban muchas veces.
-Sí -respondía él sin dudarlo.
Todos se sorprendían de su respuesta, no esperaban que alguien como él lo tuviera.
-Tener miedo no me hace más débil -le explicó una noche tras su actuación a un joven que le esperaba para felicitarlo, admirado.
-Pero, ¿y si se cae? ¿No piensa en que puede morir?
-Tú también puedes morir, muchacho.
-Pero...
-No, chaval. Mis miedos no son tus mismos miedos.
-¡Tú eres "El Gran Marco"!
-Y "El Gran Marco" solo es un hombre que sabe caminar sobre un alambre a 30 metros del suelo. El equilibrio lo es todo, chico -añadió, antes de despedirse.

El joven se fue entusiasmado por haber intercambiado unas frases con su ídolo y Marco entró en su caravana cabizbajo, porque aunque la función había sido un éxito, su balanza no estaba equilibrada. Faltaba ella. Como si de un magnífico truco de magia se tratara, había desaparecido de repente. Ahora sí y ahora ya no. Ningún espectador había percibido la duda en sus pasos esa noche y él, sin embargo, había marcado cada uno sintiendo que le faltaba algo, que el alambre estaba incompleto. Ella había dicho que volvería, pero no volvió. Ella había dicho que lo quería, pero mintió.

Se afanó por olvidarla y seguir dando lo mejor de sí, pero no encontraba el centro. El director del circo le llamó la atención por la poca precisión que empezaba a tener en escena y semana a semana fueron bajando metros, hasta hacerlo caminar casi por el suelo.

-¡Gran Marco! -le gritaron tras la función.
A pesar de que no tenía ganas de hablar con nadie, reconoció la voz.
-¿Tú otra vez?
-Me dijeron que ya no subías hasta lo alto, no me lo podía creer. ¿Entonces? ¿Vas a dejar el Circo? ¿Te has cansado?
-No -dijo reparando en el peso de sus palabras-, he perdido la alegría.

Marco se dio cuenta de que el joven no había entendido nada y él, de repente, había comprendido todo. Uno no es solo la suma de quien es y quien ha sido, sino que también es la suma de quienes ha conocido y ha querido. Incluso es la ecuación resultante de cada desastre. Y él, afanado en ser siempre el mejor, había dejado escapar a la mujer que supo despejar sus equis, solo porque esa nueva sensación le hacía titubear.

-Tengo vértigo -había dicho ella.
Y él no había sabido qué contestar.

Esa noche supo que si la distancia entre dos cuerpos se mide en miedos, quizá aún hubiera una oportunidad. Así que cogió su pequeña maleta y abandonó el Circo del Alma sin hacer ruido, mientras un león que ya no era ni fiero ni prácticamente león, rugió con envidia a su paso: "al menos eres libre para marchar"

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Escribí este relato hace casi un año y lo tenía entre borradores. Ahora al releerlo me han dado ganas de compartirlo, quizá porque tras la experiencia de este fin de semana en Hondarribia en el Encuentro de Blogueros en Acción, una pequeña parte de mí se ha despertado.

Y es que una escribe para contar historias y para compartirlas. Hay que olvidarse del alcance que puedan llegar a tener y volver al epicentro, a ese punto de equilibrio con uno mismo y escribir por el mero placer de hacerlo. Mi vieja guardia bloguera sigue escribiendo. Unos por aquí, otros desde diferentes cuentas, pero el caso es que todos seguimos sintiendo esa necesidad de poner palabras a la vida y a las sensaciones.

He conocido gente maravillosa estos días. Generosos, altruístas, soñadores, y sobre todo, luchadores. Su nivel de energía es elevadísimo. Me ha costado reubicarme (y me sigue costando), en este día a día donde priman las prisas y fallan las formas. He aprendido mucho. Muchísimo. Me he sentido como el Gran Marco, buscando mi equilibrio. Y en esas ando, tratando de encontrarlo, drenando ideas y compartiendo sentimientos, porque al final, solo cada uno de nosotros sabe cómo desenvolverse en su propio circo personal y qué necesita para ofrecer cada día, la mejor función posible.

Llevo tres días con esta canción en la cabeza. "Cuarteles de Invierno" de Vetusta Morla

"Fue tan largo el duelo que al final, casi lo confundo con mi hogar"

Sed buenos. Hacía mucho que no publicaba nada. ¡Perdón! Estaba acabando la que será mi segunda novela. ¡Sí, sí! Prontito verá la luz, muy muy pronto. ¡No me lo creo ni yo! Estoy deseando tenerla entre las manos, hablaros del título, de la historia y que la leáis. Veremos hacia donde nos llevan los vientos. Entre tanto, relatos y besos, siempre besos.

¡Nos leemos! 

Comentarios

  1. Es lo que tiene la cuerda floja. En ella siempre nos mostramos

    En el juego del equilibrio siempre no es más seguro andar con los pies en el suelo. Además las caídas siempre son fatales, incluso cerca del suelo.

    Bello lo del encuentro bloguero. Y la novela, ya está tardando !!!

    Besos

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